Escuchar a los amigos o familiares decir “me volví vegetariana para protestar contra el maltrato animal”, “no me interesa de donde viene el producto, porque lo compre muy barato”, “El pollo no lo consumo porque tiene muchos químicos y hormonas”, “No consumo productos de palma de aceite porque deforestan los bosques”, “no compro esta marca de celular porque su producción contamina los ríos” y podemos seguir escribiendo razones y argumentos de las personas que decidieron cambiar sus hábitos de consumo, con el anhelo de ser parte de la solución y no de los problemas ambientales que está teniendo el planeta.
Este tipo de acciones ha generado una identidad en los consumidores. Un artículo sobre los estereotipos de los colombianos frente al consumo responsable, describe tres tipos de consumidores: 1) los indiferentes; 2) los indulgentes; 3) los aterrizados. Los primeros son consumidores sin riesgos en sus compras, son conformistas y se sienten bien en su zona de confort. El segundo tipo de consumidor tiene un gran sentido de conciencia medioambiental y cree en productos que promueven causas sociales y son respetuosas con el medio ambiente. Finalmente, el tercer tipo de consumidor son los aterrizados, quienes presentan una alta conciencia ambiental y procuran comprar productos amigables con el medio ambiente y que tengan prácticas éticas a sus empleados[1] ¿con cuál se identifica cada quién? Cada uno hará su análisis.
Dos autores importantes como Dubois y Rovira, publicaron un artículo llamado “El comportamiento del consumidor: comprendiendo al consumidor” nos resalta que cada persona es un consumidor, y cada consumidor tiene el poder de influir en el mercado. Es decir, nos volvemos seres influyentes (para bien o para mal) en el diseño de nuestro sistema económico, político y social[2]. En consecuencia, si se decide ser un consumidor responsable, tenga en cuenta que su conciencia en los hábitos de consumo, su conocimiento y exigencias a sus derechos como consumidor, está convirtiendo un mercado con mayor impacto positivo en la sociedad, en el medioambiente y en el bienestar animal[3].
En este momento, el planeta no le basta con las acciones políticas de los gobiernos o proyectos de organizaciones ambientalistas. No hay que ir muy lejos para darnos cuenta que no toda la solución está en los gobernantes, por ejemplo, la amazonia ha incrementado su deforestación en 65% en Brasil; el 20% del agua dulce del mundo está agotándose; y la IPCC ha declarado que de aumentar más de 1,5°C el planeta, puede llegar a un punto de no retorno. Por ende, no basta con marchar y ponerse una camiseta en contra de la deforestación. Se necesita ejecutar el poder influyente y decisorio que tiene el consumidor, para poder presionar el mercado y exigir una respuesta clara y contundente de la empresa, sobre los impactos generados de ese producto que quiere comprar. Lo anterior se enmarca en el concepto de “Soberanía Consumidora”[4].
Existen diferentes estrategias que se pueden optar, por ejemplo:
- Consuma alimentos certificados, que garantice las buenas prácticas laborales y ecológicas (rotación de cultivos, eficiencia y tratamiento de agua y energía, bienestar animal, cero químicos, cero deforestación, no transformación de ecosistemas).
- Consuma alimentos que sus residuos hayan sido reciclados y que dichos alimentos fueron transportados en vehículos que cumplan los estándares de emisiones (el proveedor lo debe resaltar).
- Apoyar la economía solidaria de comunidades campesinas o de productos que fueron producidos por emprendimientos campesinos, bajo métodos ecológicos y de derechos humanos.
Los impedimentos de un consumidor es que no hay políticas y acciones claras en los gobiernos, para incentivar y promover este consumo responsable. Sin embargo, no es excusa empezar a exigir normas efectivas que permitan la venta de productos con cadenas de suministros responsables y accesible a todos los consumidores, ya que es parte de la defensa de los ecosistemas, la fauna y nuestra salud.
En conclusión, acciones efectivas para exigir un bienestar animal y ecosistémico, es exigir a la empresa que demuestre el impacto de la cadena de valor con la cual fue creado el producto, fijarse en los certificados internacionales, medios de comunicación, informes al público, entre otros. No siempre volverse vegetariano o vegano, da garantía de ayudar al planeta. Existen ejemplos como la deforestación de palma de cera (insignia de Colombia) para cultivar arracacha[5], o contaminar fuentes hídricas para cultivar palma de aceite, o destrucción de páramos por sembrar papa, destruir la sabana inundable para sembrar arroz, entre otras. Por tanto, como consumidores, tenemos derecho a alimentarnos de forma sana y con la certeza que lo comprado está conservando los bosques y lo animales, y respetando los derechos humanos.
[1] Peñalosa Otero, Mónica Eugenia, López Celis, Diana María El estereotipo de los colombianos frente al consumo socialmente responsable. Pensamiento & Gestión [en línea]. 2018, (44), 243-260 [fecha de consulta 26 de febrero de 2020]. ISSN: 1657-6276. Disponible en: https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=64659524010
[2] Estela Díaz. 2011. Abanico de opciones para el ciudadano responsable. ¿cambiar el mundo desde el consumo?. Dossieres EsF Nº2
[3] Estela Díaz. 2011. Abanico de opciones para el ciudadano responsable. ¿cambiar el mundo desde el consumo?. Dossieres EsF Nº2
[4] Carlos Ballesteros. 2011. Soberanía Consumidora. Más Allá del Consumo Responsable. ¿cambiar el mundo desde el consumo?. Dossieres EsF Nº2
[5] https://www.eltiempo.com/colombia/otras-ciudades/alerta-en-tolima-por-tala-de-bosques-de-palma-de-cera-465804