Existe un país con tres cordilleras y dos océanos, que alberga tesoros conocidos y desconocidos, a lo que hoy se le llama biodiversidad. Dentro de los tesoros conocidos por sus habitantes, existe una planta usada milenariamente desde los ancestros indígenas y que, en la actualidad, sigue siendo usada en construcciones. Esta planta es un bambú, Colombia posee 19 géneros y 102 especies (25 endémicas), la llamamos GUADUA y su especie más representativa es Guadua angustifolia Kunth[1].
Cuando uno se adentra en los territorios rurales montañosos de Colombia, donde habitan campesinos, afro e indígenas, se da cuenta que existen unas “cañas, altas, huecas pero duras…largos cañutos son sus coyunturas, como muslo de un hombre lo más grueso” (Cronistas que acompañaron a conquistadores Españoles)[2], así describían la guadua. Con esta planta, los indígenas Quimbayas construían edificaciones para los caciques y acueductos. Hoy en día, esta planta ha ayudado a la población vulnerable y rural a construir casas (Bahareque), puentes, escaleras, cercas, instrumentos musicales, juegos, mangos de herramientas, camas, mesones, sillas, bancas, mesas, repisas, adornos, juegos, lozas, cuadros, entre otras.[3]
Al hablar de los servicios ecológicos, la guadua es muy importante, ya que es protagonista para la producción de agua, belleza escénica, regula disturbios (huracanes, deslizamientos, inundaciones, avalanchas), regula el ciclo hidrológico, mejora la calidad del aire, sirve de hábitat para la fauna (48 especies de aves; 7 reptiles registrados) y la polinización.[4]
Una planta tan importante no puede quedarse sin su día, por eso, cada 19 de octubre se celebra el Día Nacional de la Guadua, por su recursividad. Tampoco, puede estar sin embajador, Simón Vélez es embajador de la guadua colombiana ante el mundo. Es un arquitecto de la Universidad de los Andes, que ha usado esta planta para hacer sus obras, durante más de cuarenta años, ha fomentado la construcción sostenible. El embajador Vélez, ha llevado la guadua a Alemania, Francia, Estados Unidos, Brasil, México, China, Jamaica, Colombia, Panamá, Ecuador e India, al construir diferentes tipos de infraestructura3, con guadua.
A nivel mundial, existe una organización intergubernamental dedicada a promover el uso del bambú, para fomentar el desarrollo sostenible y el crecimiento verde, su nombre es INBAR (Red Internacional del Bambú y el Ratán). Está conformada por 45 miembros Estados, en Latinoamérica, su oficina regional queda en Ecuador. Su estrategia es pasar de la investigación al desarrollo, llevando el mensaje de que con esta planta se pueden construir soluciones sostenibles a los desafíos del desarrollo futuro[5].
En el contexto comercial, en 2003 Colombia solo tenía una participación de 0,1%, comparado con China que abarcaba el 44% del mercado[6] de bambú. Se estima que en 2008 había 51.000 hectáreas en el país, distribuidas en 28.000 hectáreas en el eje cafetero (10% de este es cultivado). Sin embargo, Colombia tiene potencial para tener 2 millones de hectáreas, pero la rentabilidad no permite que los campesinos se dediquen exclusivamente a esta silvicultura.[7]
Si podemos
fortalecer la trazabilidad del cultivo de guadua en fincas, diseñar proyectos
comunitarios o de restauración con esta planta, con métodos de empoderamiento a
las comunidades y empresarios para conservarla, usándola de manera sostenible,
y apoyando los mercados legales de extracción de guadua y sus subproductos, las
consecuencias se verán reflejadas en ecosistemas andinos saludables con un incremento
en el mercado de construcciones sostenibles y economía campesina robustecida.
[1] https://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-4611104
[2] https://www.tdx.cat/bitstream/handle/10803/6130/07_ESD_Cos_pp_85_121.pdf?sequence=7&isAllowed=y
[3] https://www.imed.edu.br/Uploads/Cesar%20Jimenez_La%20Guadua.pdf
[4] MuñosLópez, J; Camargo-Garcia, JC; Romero-Ladino, C. 2017. BENEFICIOS DE LOS BOSQUES DE GUADUA COMO UNA APROXIMACIÓN A LA VALORACIÓN DE SERVICIOS ECOSISTÉMICOS DESDE LA “JERARQUIZACIÓN Y CALIFICACIÓN”. Revista Gestión y Ambiente 20(2). Pág 222-231.